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La amabilidad, la paciencia y la preferencia, deben ser la respuesta de cada uno de nosotros. Una de las mejores maneras de prevenir los conflictos es por medio del amor, del respeto, y del genuino interés por escuchar y conocer mejor a los demás. Pero, ¿Cómo tratamos a una persona que “no nos cae bien”?

Dios está obrando en las vidas de todos, incluyendo la nuestra. La falta de compasión y paciencia tiene consecuencias negativas. Cuando Moisés se enojó a causa de la rebeldía del pueblo de Dios, sufrió serias consecuencias (Leer: Números 20:1-13; Salmo 106:32). La mala actitud de Moisés y Aarón hacia el pueblo demostró que ellos no confiaron en Dios. Tal mala actitud de rebeldía les causó no poder entrar en la tierra prometida. 

Si nosotros caemos en el pecado de Moisés y Aarón, en vez de aprender a no repetirlo, perderemos la bendición de ver las vidas de hermanos amados, entrar en una relación más abundante con Dios; no los veremos crecer. El mal trato hacia otras personas tiene un precio muy caro. 

Nadie, en realidad, “aprende a los golpes” como se nos ha dicho en casa o en nuestra cultura. Los golpes de palabras o de acciones hieren, en vez de sanar. En Colosenses 3:13 (Leer) aparece la palabra: “Soportándonos”. En griego, esta palabra se puede traducir como "teniendo paciencia” unos con otros, y paciencia es un fruto de la compasión.  

Tenga la compasión de Cristo en usted. Vea a las personas de acuerdo a lo que Dios puede hacer en ellos, y no de acuerdo a lo que ellos han hecho de sus vidas. Pídale al Señor que cambie su corazón con respecto a las personas “difíciles”.

En un mundo plagado de odio, de injusticia y de agresividad, La amabilidad, la paciencia y la preferencia unos a los otros, son indispensables. Y aunque estas características del carácter cristiano no son la clave para cambiar al mundo, sin embargo ofrecen la posibilidad de abrir las puertas para presentar el mensaje transformador del evangelio.

Dé gracias a Dios por las personas que le tratan bien, e imite la forma de ser de ellos, porque ellos, en realidad, han aprendido a imitar al Señor Jesucristo. 

“Sed imitadores de mí, así como yo, de Cristo” (1a Corintios 11:1)